La noche era fría, como una buena noche capitalina. El chico de 16 años caminaba de la mano de su prima de 19 rumbo a la casa donde se hospedaban los dos. Bajo el rostro inocente del chico se ocultaba una mente perversa que no dejaba de pensar el delicioso cuerpo de su prima. Su blusa negra apretada y unos leggins del mismo color que marcaban firmemente los contornos de su piernas enmarcados por el hilo que llevaba debajo era todo lo que el chico conseguía pensar. La confianza que le tenía a su prima le permitía no sólo tomarla de la mano para caminar sino también abrazarla de tanto en tanto y de paso sentir la firmeza de su cintura. Mientras ella caminaba sobre el andén, el chico lo hacía sobre el pavimento ligeramente detrás de ella de manera que pudiera apreciar sutilmente el delicioso contoneo de su trasero que las elevadas zapatillas que ella llevaba puestas no hacía más que reafirmar. Se movía para aquí y para allá. Y cada paso que daba era para la pervertida mente del joven una invitación a agarrar, a pellizcar, a morder, a besar, a poseer ese delicioso trasero. Se detuvieron en una esquina poco transitada para descansar un momento, lo cual el chico aprovechó para abrazar a su prima frente a frente mientras posaba su cabeza en el pecho de la chica. Ella acariciaba la cabeza de su primo mientras conversaban. La conversación cesó. La penumbra había dado paso a la oscuridad y los pocos peatones que pasaban por allí habían desaparecido. El chico cerró los ojos y se armó de valor. Sin decir una palabra fue dejando caer las manos que sostenían fuertemente la cintura de su prima. Lentamente, pero sin detenerse sus manos descendieron. Su prima había dejado de acariciar su cabeza, aparentemente sorprendida por los movimientos del chico pero tampoco hizo ningún intento por detenerlo ni pronunció sonido alguno. Las manos que hace unos instantes acariciaban la cintura de su prima ahora agarraban fuertemente el trasero de la chica. Ese suave, firme y delicioso trasero. Ella permanecía en silencio aparentemente sorprendida y sin saber cómo reaccionar. El chico temía lo peor: insultos, una cachetada, que lo escupiera, un escándalo en medio de la vía. Cualquier cosa. Pero su prima, continuo en silencio y después de algunos segundos que se hicieron eternos para él, ella volvió a poner las manos sobre él y siguió acariciando su cabeza en tanto él seguía en su cielo personal disfrutando de ese delicioso trasero.