Reseña Tatoo sex. (Aventuras adolescentes años 80s - 90s)

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SEP 2020
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Atlántico
Hace unos "años luz", el tatuaje en Barranquilla llegó a los barrios. Con el que se despertaron tendencias y hasta pasiones sexuales. El narrador de Frank "Durden" Miller era tatuador. Llamémoslo "Joe, el órgano arbitrario". Yo no existía, pero él por su propia cuenta, se las arreglaba para ligar buenas chicas.

Eran máquinas artesanales: un motor de radio casetera montado en una pequeña plataforma de metal que a su vez sostenía un cascaron de bolígrafo Parker conseguido en el mercado de las pulgas. Una aguja, amarrada a un canutillo que llegaba hasta un piñón pegado al eje del motor en marcha, la hacía pistonear y rallar el cuero del paciente con tinta china.
Muchas chicas del barrio se tatuaron con él. Hasta las inalcanzables, quienes seducidas por el nuevo arte del barrio, llegaban a la cama o silla del viejo Joe a hacer de su piel un lienzo ambulante.

Una de esas "inalcanzables" necesitaba corregirse un tatuaje que otro tatuador más picarón le había hecho en la nalga. Digo picarón porque la rosa, el tatuaje pedido por la chica, se lo hizo muy pero muy cerca del ano. ¡Carajo! el tatuaje es para lucirlo y en ese recóndito lugar ni el que la fuera a clavar por ahí lo iba a ver.

Era una trigueña de ojos risueños, nariz respingada y boca con sonrisa de delfín. Dueña de un cuerpo esbelto y curvilíneo. No tenía el super trasero pero gozaba de unos grandes senos tipo maracas; eran la sensación en las "mini tecas" del barrio. Todos queríamos sentir esas tetas apachurrándose en nuestro pecho, Joe un par de veces lo hizo y le gustaba quedarse un poco separado de ella para sentir sus pezones rayándole las tetillas. Ella disimulaba pero le gustaba sentir el pene rozando su zona pélvica también. En la adolescencia uno tenía que pensar en la abuela en tanga para que al terminar de bailar se le bajara la palanca un poco y poder reunirse con los secuaces, eso sí, terminaba uno con el calzoncillo lleno de babas.

-Ponte cómoda. Le dijo Joe, así como nos dicen las ss a nosotros antes de la faena. Muéstrame el tatuaje.

Ella se da vuelta, se recoge la falda hasta su angosta cintura; se hecha a un lado la panty y ligeramente se jala una nalga. La rosa estaba ahí, mal hecha. Joe sentado en su cama quedó paralizado. La sangre se le subió a los pómulos, su pene estaba que se venía sin previo aviso. Ella, notando la reacción se bajó la falda y con la cabeza gacha se acomoda un mechón de pelo atrás de la oreja. Era hermosa.

-Caramba, la cosa está difícil. -dijo Joe con una sonrisa tímida mientras una gota de sudor resbalaba por su sien. Demostró su profesionalismo y añadió:
-Te propongo algo: te haré otra rosa en el pecho. Igual ese tatuaje nadie lo va a ver. Déjalo así.

Un tanto decepcionada casi dice que no pero finalmente accedió. Sentada en la silla, sin brasier, Joe sentado en la cama con guantes y todo listo le pidió con una seña que se sacara el seno. ¡Dios! inmaculado, perfecto, pezones café claro como sus ojos. El zumbido del motor rompió el embeleso de Joe y la rosa empezó a verse en esa piel de durazno. Casi acabando el trabajo, la chicas se veía satisfecha; le mandaba pícaras miradas al artista con mordidas de labio incluidas. Hacía gestos de dolor con sus cejas pero que parecían más bien gestos de placer. Se metía las manos dentro de sus piernas y se apretaba un muslo con la mano fingiendo aplacar el dolor causado por la aguja rallando su piel. Joe descubría el pezón de esa chica señalándolo incisivamente. Cada vez que le limpiaba la sangre entintada veía como ella le sonreía con ojos a media asta y sonrisa ladina.

-Sácate el otro seno para tatuarlo. -dijo Joe tanteando terreno apenas finalizó el trabajo.

Ella, con cara seria, se guarda el seno tatuado, cruza sus brazos y de repente se levanta la blusa hasta sacarla de su cuerpo, la deja atrás de su cabeza con sus manos ofreciéndole al artista sus codiciados senos, ahora, luciendo un fino tatuaje del que aún emanaba algo de líquido sanguinoso.

Sin pensarlo, Joe se quitó los guantes y sentía como el talco que le quedó en sus manos hacía más fácil el recorrido en aquella piel ahora erizada como de gallina. Los mordió suavemente de este a oeste; de norte a sur. Mientras le chupaba un pezón, en el otro sintonizaba Radioactiva 90.1 FM. Se tiraron a la cama. Joe pensó que en misionero iba a perder el año y ganó tiempo poniéndola en cuatro ; fue peor; ella levantó su trasero mientras deslizaba su cara sobre la sabana; era un espectáculo de carne pulposa. Sin embargo Joe se las ingenió para no desbocarse. El zumbido de la máquina de tatuar aún encendida, los hacía lubricar excesivamente. Ella quería montarlo y él decía con la cabeza "no, no" pero ella ganó. Se montó y lo cabalgó algo torpe pero con mucha calentura. Sobaba su clítoris en la pelvis de Joe hasta que lo hizo venir. Fue el tatuaje mejor pagado en su vida. El centellante sexo adolescente que tuvieron los dejó más que exhaustos, prendidos, con ganas de más. Con su semen caliente vertido en su propio vientre, Joe escucha a alguien entrar a la casa.

-Hola Joe. ¿Qué haces? -Era su madre.
 

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Muy buen relato, quede esperando que paso después que llego su madre, o si la chica volvió para tatuarse el otro seno.
 

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