Diario de una puritana (Capítulo 5) |
Capítulo 5: Fantasías de una puritana
Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba. Yo puse a su disposición mi ducha, pero ella tuvo pereza de darse un baño, sencillamente se limpió con un pañito húmedo. Luego se puso su top, y antes de que continuará vistiéndose le propuse quedarse así.
La noche la pasamos conversando, abriendo el corazón el uno al otro, y obviamente fornicando, por lo menos cada vez que recuperé la energía y el apetito para cumplir por mi parte. Tampoco fue algo excesivo, pues fue una noche de tres polvos: el de la cachetada, del que ya di pormenores, un segundo que encontró mi faceta más animal, más instintiva y carnal, sí así se puede definir, y una tercera que se enfocó más en cumplir deseos de Mafe. Era apenas normal, Mafe a sus 24 años tenía una limitadísima experiencia sexual. Se había negado probar cosas una y otra vez, a tal punto que hasta probar posturas relativamente tradicionales se le hacía completamente interesante. Del tercer polvo no puedo destacar mayor cosa, básicamente porque el cansancio me vencía, y en ese coito me dediqué exclusivamente a cumplir, a terminar antes de decaer. El segundo polvo de la noche quizá si fue memorable, por lo menos para mí, y es que fue la primera vez en que penetré a Mafe con verdadera vehemencia. Recuerdo que ese coito comenzó con un solapado masaje por su espalda, que continuó por sus piernas, y que de un momento a otro me encontró penetrándola con ella boca abajo. Diría que buscando cumplir su fantasía de ser penetrada sin consentimiento, aunque realmente se trató de algo muy diferente a eso. Lo cierto es que fue la primera vez que la follé con cierto grado de brutalidad. Sin contemplaciones, hundiendo mi pene al ritmo y a la profundidad que se me antojó. Incluso regalándole un par de azotes en sus blancas y macizas nalgas, que además la tomaron por sorpresa, pues seguramente Mafe no se esperaba que eso ocurriera. Bastaron un par de nalgadas para que mis manos quedaran marcadas en sus hermosas nalgas, y bastaron cinco minutos para hacerme terminar, pues para ese polvo estaba desbocado, obsesionado con complacer mis instintos. Obviamente no le solté mi esperma adentro sino que tuve la delicadeza de retirarlo y terminar sobre su culo. Fue una noche realmente divertida, a la vez que agotadora; una velada que nos encontró desnudos de principio a fin y que nos permitió ver el amanecer en medio de orgasmos, abrazos y caricias. El sábado dormimos hasta tarde. Nos despertamos sobre el mediodía en medio de un ambiente colmado de un denso olor a sexo. Yo fui el primero en despertar, con la tranquilidad de no tener mayor responsabilidad para ese día. Me quedé un par de minutos sentado meditando sobre la cama, observando a Mafe mientras aún dormía, reflexioné sobre lo que hacía e incluso sobre lo que sentía, para darme cuenta de que la velada de pasión todavía no había transformado mi percepción sobre lo que sentía por Mafe, pues para mí seguía siendo solo una oportunidad de echar unos cuantos polvos. Claro que tampoco quería ser un canalla, no quería desecharla como una vulgar puta, quería corresponder a su afecto pero sin enamorarle. Rápidamente me vestí, sin haberme duchado, ni peinado, ni nada. Fui a la calle para comprar algo de comer. Cuando volví Mafe había despertado, aunque por su cara aún somnolienta parecía que no había pasado mucho tiempo desde eso. Ella se despertó supremamente cariñosa, evidenciando que lo vivido los últimos días había sido trascendental para ella. Su actitud era completamente diferente a la que tenía una semana atrás, cuando era mucho más tímida, introvertida y seria. Durante esas horas temí por los sentimientos que Mafe pudiese desarrollar hacia mí. No quería enamorarla, ni hacerla sufrir, ni dañar la buena relación que habíamos construido más allá del sexo. Sabía que no podía corresponder del todo a su trato cariñoso, pero tampoco podía ser cortante y despreciarla. Debía hallar el punto medio hasta hacerle saber que lo nuestro era sexo y nada más. Nos sentamos a comer y planear lo que haríamos esa tarde. Las horas de sueño me sirvieron para restablecer un poco el aliento, pero no para recuperar el apetito sexual del todo, aunque debo decir que esa tarde revivió y todo por virtud de Mafe, que estaba desatada, estaba insaciable. Cuando terminamos de comer ella propuso pasar por su apartamento para cambiarse de ropa y enseñarme un par de “secretitos”. Inicialmente sentí pereza, pues mi plan ideal era quedarme acostado toda la tarde viendo alguna película, fútbol o lo que hubiera en la tele. Pero debo decir que cedí a sus pretensiones, y valió la pena completamente. Cuando llegamos a su apartamento me hizo una visita guiada. No había mucho por ver pues era un apartamento pequeño, pero supongo que amaba mostrarle cada uno de los rincones de su hogar a sus visitantes. Y entre una y otra cosa me terminó enseñando un par de juguetes que tenía para complacerse. “Te voy a cumplir la promesa de enseñarte cómo me toco”. Eso encendió mis instintos que hasta ese momento estaban adormecidos. Realmente su colección de juguetes sexuales no era gran cosa, apenas un par de vibradores diría que de un tamaño medio o pequeño. Pero no dejó de sorprenderme que los tuviera, pues la imagen que tenía de ella era la de la puritana radical que se opone a cualquier acto sexual que no tenga por finalidad concebir.
Mafe empezó a desvestirse y una vez más, con solo exponer su figura, logró excitarme. Encendió uno de sus juguetes, que tenía varios niveles de vibración y empezó a apoyarlo sobre su vagina. Me pareció de lujo ver ese espectáculo en primera fila, pero pasados unos minutos tuve que interrumpirla, pues mi deseo era verla masturbarse pero con sus manos, no con un juguete. ”Tócame tú, yo te guío y te enseño lo que me gusta”, respondió ella a mi petición. Yo empecé a babear con solo escuchar esto, pues era justamente lo que deseaba. “No te voy a enseñar dónde está mi clítoris porque sé que tú ya sabes dónde está, pero si te voy a enseñar a tocarlo para no desentonar”. En ese instante ella tomó dos de mis dedos y empezó a frotarlos suavemente y en movimientos horizontales por sobre su clítoris. “Si los mueves de arriba abajo o de abajo a arriba puede ser algo molesto, pero así no va a haber problema”. Pasaron solo unos segundos entre que mis dedos hicieron contacto sobre su vagina y el momento en que empezó a emanar ese calor tan diciente, tan revelador. “Otra de las cosas que por lo menos a mí me enloquece es jugar con mis pezones. Un movimiento suave y lento por sobre ellos me calienta muchísimo…eso sí, no me los vayas a morder, a jalar o a pellizcar, son muy sensibles”. Yo dejaba que ella guiara el movimiento de mis manos, a la vez que guardaba silencio total mientras escuchaba sus sabias palabras. “Y mientras me acaricias los pechos o el clítoris, puedes utilizar tu otra mano para consentir mi vagina. Yo procuro siempre utilizar mis dedos con la uña boca abajo, pues al revés puede lastimar, además que una vez tienes adentro los dedos, lo normal es doblarlos un poco, como formando un gancho, y este es estimulante si queda hacia arriba y no hacia abajo… Eso así…” Tuve que cortar su explicación para besarla, pues el realizar esta maniobra me alteró, me creó un estado de excitación que solo pude contener a través de un lento y largo beso. Ella no se opuso, de hecho, tomó la parte posterior de mi cabeza e hizo que el beso fuera mucho más duradero. “Cuando tengas los dedos haciendo el gancho al interior de mi vagina procura moverlos de arriba abajo, pero el movimiento tiene que ser de los dedos, no de la mano”. Su explicación se veía correspondida con el estado de su vagina, pues no llevábamos más de dos minutos en ello, y ya estaba completamente mojada. “Si esto lo acompañas con tus ricos besos por el cuello, tendré que reemplazar a mis juguetes y traerte a vivir conmigo… Ven, hazme tuya otra vez…” Capítulo 6: Adicción masturbatoria El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer... |
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